domingo, 13 de febrero de 2011

At. Madrid 1-2 Valencia


El Atlético de Madrid comenzó esta temporada henchido de orgullo, con una Supercopa europea en sus vitrinas y un liderato en las primeras jornadas de Liga, prolegómenos de una caída lenta y regular hacia abismos hoy por hoy desconocidos. Como el futuro de Quique Sánchez Flores, el hombre que levantó a un equipo alicaído, pero que ahora da palos a ciegas y se muestra incapaz de interpretar las señales de una plantilla que, lejos de mejorar con los traspasos y sus recambios, se desmorona. Eliminado en Europa y de la Copa, con 30 puntos tras 23 jornadas de Liga y cuatro derrotas consecutivas, masca su tragedia.

El Valencia comenzó el curso llorando su condición de humilde, obligado a vender a sus jugadores más valorados. Fichó a precios asequibles, ahorró y fundamentó su permanencia en la elite en el orgullo de vestir la camiseta de Mestalla. Unai Emery no disfrutó de un respaldo porque con los primeros tropiezos le llegaron las voces estridentes y la desconfianza social. Sin embargo, ha sujetado a su plantilla, la ha convencido de que puede sostenerse entre los grandes y ahí está, en el segundo escalón de la 'Liga A Dos', forcejeando con el Villarreal por el tercer puesto con 47 puntos y en vísperas de unos octavos de la Champions.

Lo que se vio en el Calderón no justificó los ya 17 puntos de diferencia entre el Valencia y el Atlético. Por juego, el equipo de Emery no desmostró ser mejor, aunque su posesión de balón fuera superior. Sus pases lentos y cortos en propio campo y sus dificultades para avanzar indicaron desde el comienzo que el balón no es parte crucial de su estrategia.

El Atlético de Madrid tira por el mismo camino, pero con una inseguridad en sus fuerzas que lo traiciona. En la defensa, que amenaza quiebra a cada llegada del rival, y en el centro del campo. Las variaciones de Quique aumentan esa sensación de inseguridad, de provisionalidad, que derrama su equipo en cada actuación. Incluso partiendo con ventaja, su confianza se parte en dos en cuanto su adversario teje tres o cuatro pases seguidos.

Los rojiblancos llevaron bien el partido hasta la media hora, sujetos al gol de Reyes y a la parsimonia valencianista. La apertura del marcador se produjo de improviso, en un balón recuperado por Forlán y la indecisión imperdonable de los defensores valencianistas, hasta cuatro, que dejaron al sevillano entrar en su área y perfilar su remate con la izquierda, cruzado lo justo para superar a Guaita.

El Valencia encontró algo de fluidez a 10 minutos del descanso y eso fue suficiente para engarzar dos jugadas de claro peligro en área del Atlético, donde siempre hay algún tesoro que recoger. La segunda -un balón que Pablo le sustrajo a Raúl García, un centro de Alba, la inacción de Soldado y el remate a placer de Joaquín- supuso el empate.

Lo ramplón gobernaba la segunda parte, hasta que los banquillos empezaron su trasiego habitual y el Atlético se vio obligado a echarle más veneno a su juego. Lo mejor siempre lo acaparó Reyes, cuyo partido fue impecable. Forzó el penalti claro de Maduro y derrochó ingenio y esfuerzo en jugadas de alto nivel. Pero a Diego Forlán se le está atravesando la temporada y a pesar de engañar a Guaita en el lanzamiento desde 11 metros, envió el balón dos o tres centímetros más allá de lo necesario para marcar: El poste lo rechazó.

El Valencia contrarrestó el ataque del Atlético. Cruzó a sus defensas en cada acción del Kun, de Forlán o de Reyes y cedió saques de esquina a barullo. No es una disciplina que domine este Atlético una vez que se fue quien los lanzaba casi todos, Simao. Joaquín soltó una respuesta letal. Un fenomenal acelerón de Jordi Alba hasta casi el final del pasillo izquierdo, un pase retrasado a la frontal para que Pablo cediera a su vez el disparo al extremo gaditano, quien, en carrera, apuntó y sepultó las buenas cualidades de David de Gea bajo el descomunal peso de otra derrota.

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